A pesar de la frecuencia con que oímos mencionar tanto en los medios de información como en los ambientes profesionales a la auditoría de cuentas, existe un gran desconocimiento sobre su verdadera función, sus posibilidades reales y la forma en que se realiza.
La auditoría resulta, sin embargo, una de las actividades más antiguas que se realizan por los profesionales de la economía y la contabilidad , tanto es así, que su propio nombre se remonta a tiempos en que el analfabetismo estaba tan extendido que las cuentas eran auditadas (oídas) por la dificultad existente en fijarlas por escrito y poder así ser leídas y revisadas adecuadamente.
Las empresas están obligadas en España a auditar sus cuentas cuando sobrepasan un determinado tamaño y nivel de actividad. Existen sin embargo otros muchos casos fuera de estos supuestos de obligatoriedad legal, especialmente en épocas de incertidumbre como la que nos ha tocado vivir, en las que la actuación de un auditor puede añadir valor a la empresa, mejorando su credibilidad financiera y aportando confianza sobre la gestión de sus administradores. Someter voluntariamente las cuentas de una entidad a la auditoría, es un ejercicio de transparencia financiera que refuerza la imagen de quiénes lo realizan frente a terceros, ya sean clientes, proveedores, entidades financieras, las Administraciones Públicas, accionistas o patronos (si estuviésemos hablando de fundaciones). En el curso de la auditoría, se evalúa el sistema de control interno, identificando las mejoras que harán que la empresa sea más sólida y eficiente.
Los conocimientos y las metodologías de trabajo de los auditores les permiten actuar en otros ámbitos de la gestión económica de la empresa, más allá de la auditoría de cuentas propiamente dicha, añadiendo valor, identificando problemas y aportando soluciones.